Los desastres naturales tienden a dejar un gran número de daños y pérdidas tanto humanas como materiales, pero yendo más allá, estas catástrofes pueden, y lo hacen, afectar el estado mental de los individuos que viven el fenómeno. Uno de los desastres naturales más recordados en los últimos diez años, es el terremoto y tsunami ocurrido en Japón en marzo de 2011. Aunque los japoneses estén ligeramente acostumbrados a lidiar con sismos, radiación y tsunamis, estos no habían sido preparados para una catástrofe de tal magnitud. El vivir un evento traumático y devastador como lo fue el de ese año, puede causar secuelas que deriven en un trastorno de estrés agudo, o en el caso de tener una duración mayor a un mes, un trastorno de estrés postraumático.
Luego de vivenciar de primera mano un evento traumático, el sujeto suele presentar algunas características que contribuyen a hacer ‘estresante’ la situación. Como la incertidumbre de que un acontecimiento ocurra y la predictibilidad del mismo, es decir, la posibilidad de anticipación o predicción de lo que pueda ocurrir. Cuanto menos predecible sea una situación, mayor es el grado de estrés.
El estrés agudo que sacudió a los habitantes de Japón durante los primeros días es frecuente, aún más si se toman en cuenta las diversas contingencias que ocurrieron después del terremoto y el tsunami. Desde fallos en el sistema de la central nuclear de Fukushima, el estado de emergencia nuclear, la infinidad de evacuaciones, el hundimiento del suelo, la ausencia de telecomunicaciones, hasta las fallas en el abastecimiento de electricidad, gas y alimentos en todas las zonas afectadas.
Pero la situación fue tan demoledora, que más de un japonés podría haber padecido de estrés postraumático durante una cantidad de tiempo prolongado. Los días y semanas posteriores al terremoto, se presentan réplicas de menor magnitud en las zonas afectadas por lo que el estado de alerta constante, la alteración del sueño, la poca concentración y el sobresaltarse ante cualquier movimiento brusco, son síntomas comunes. Si el sujeto presento pérdidas materiales o familiares de primera mano, como fue el caso de muchos individuos en las costas quienes sobrevivieron pero perdieron sus hogares y algunos familiares, puede demostrar un malestar prolongado.
Además, la presencia de recuerdos y sueños angustiosos dan lugar a la reacción disociativa y a la alteración del estado de ánimo como también de algunas funciones cognitivas. Mientras que hay individuos que son entrevistados y recuerdan lo que ocurre durante el terremoto, otros presentan una incapacidad para recordar el evento. Yoichi, un japonés quien llevó a sus padres a un refugio cercano antes de ir a socorrer a sus vecinos jamás pensó que esa sería la última vez que vería a sus padres, a quienes la corriente los engulló al igual que a casi todo el vecindario. Ese hombre puede llegar a presentar un malestar prolongado y una percepción distorsionada por aquel evento traumático y pensar: “si los hubiese llevado conmigo, quizá aún estarían a salvo”.
En esa oportunidad, miles de personas perecieron debido al tsunami y millones permanecieron con miedo durante los días y semanas posteriores al desastre. Japón, al igual que muchos otros países, se recupera e intenta tomar las previsiones necesarias para evitar daños similares en el futuro pero aunque se quiera, es imposible prevenir la magnitud o duración de las consecuencias psicológicas que acarrean los desastres naturales.
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