El psicoterapeuta infanto-juvenil

Hay experiencias que dejan huella, que te ayudan a crecer. Psicoterapia del Niño y del Adolescente fue esa experiencia, fue además una de las materias más vivenciales que he tenido la oportunidad de ver en ocho semestres. Por lo que este post es sobre lo aprendido -y puesto en práctica- en dicha materia.



Casi todas las clases de esa materia tenían la siguiente dinámica: El grupo se encargaba de llevar a un niño de 6-10 años y además, cada quien llevaba juguetes para armar una caja de juguetes entre todos. La profesora explicaba el enfoque que tocara ese día y luego se procedía a realizar una intervención al niño utilizando la terapia de juego desde la perspectiva del enfoque estudiado. El niño era quien escogía a uno de los estudiantes para jugar con él, ese estudiante sería el terapeuta y si la profesora lo deseaba, podía cambiarlo por alguien más en algún punto de la intervención.


Si bien durante las clases no tuve la oportunidad de ser terapeuta, me sentí conectada con los compañeros que sí y aprendí de ellos, o mejor dicho, a través de ellos. De los niños aprendí sobre sus actitudes, reacciones y posibles pensamientos. Y a partir de eso, se podría decir que se formó en mí una base, que percibo lo suficientemente sólida, como para tener indicios de qué hacer y qué no hacer cuando esté con un infante, pues comprendí –y asimile- cómo debería ser o accionar un terapeuta. Ahora bien, ¿qué aprendí?


Que ser terapeuta es estar ahí para dar el primer paso en la relación terapeuta-paciente, es esperar el tiempo (de establecer miradas, de conectarse, de hablar, entre otros) del niño, porque es su tiempo el que importa. Es fortalecer la conexión, el lazo, el rapport cuando haya indicios de que existe, es agotar todas las ideas y alternativas posibles para que los objetivos –iniciales o trazados durante el proceso- de la terapia con ese niño se cumplan. Ser terapeuta infanto-juvenil es ser adaptativo, flexible, paciente e ingenioso –en, como diría yo, cantidades industriales-.


Un terapeuta se adecua al proceso del niño o del adolescente y debe ser empático. Así le dará al paciente su tiempo y espacio para ser él mismo y para drenar todo aquello que lo aflige –aunque quizá al contarlo no sea totalmente consciente que eso le aflige-, de manera que luego el terapeuta pueda tenderle la mano y con su formación, otorgar las herramientas al paciente para que él las utilice cuando así lo decida. Durante la intervención, un terapeuta no aconseja, no juzga, no interpreta y está siempre atento a las expresiones, movimientos -o falta de los mismos- de su paciente.

 

Todo eso –y más- lo internalice observando a los niños que estuvieron presentes, a mis compañeros y escuchando a mi profesora. Pero más que conocimientos teóricos, considero que adquirí la fortaleza de hacer parte de mí o de desarrollar las habilidades –ya mencionadas- de un terapeuta y así prosperar en lo que me gusta.


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