Perspectivas que cambian.

Durante años creí que ser hija única era lo mejor que me podía pasar; luego tuve una hermana, y esa perspectiva cambio para siempre.

Hace unos meses, específicamente en julio escribí un texto dedicado a mi hermana menor y antes de continuar, voy a compartirlo.


Piensas que ser hijo único es lo mejor que te paso en la vida, hasta que tienes un hermano.
Ella es Camila, es mi hermana, la enana como le digo yo. Y saben, a veces creo que ni yo misma soy consciente de cuanto la amo.
Amo su sonrisa, su risa, sus ojos y todas las palabras con sentido o no que salen de ella. Amo verla mientras come chocolate o cuando come cualquier cosa por si sola, porque esta grande y así mismo te lo hace saber. Amo cuando raya lo que no debería porque pone esa carita bonita mientras te dice que fue ella y además, no puedes resistir el disculparla. Amo como le da vida a sus juguetes, a sus peluches y el cariño que le tiene a estos últimos. Amo todo de ella, incluso los pocos "defectos" que he notado porque todo esto y más, la hacen ser lo más hermoso y tierno del mundo ante mis ojos. Que Dios te de vida y salud para que crezcas y seas feliz. Dios me de lo mismo a mi para verte y estar a tu lado.
Lo escribí en un momento de nostalgia, había regresado a la rutina universitaria después de haber pasado un par de semanas en mi hogar, con las personas que más amo y también a quienes más extraño cuando no les tengo conmigo.

En cambio hoy escribo para ella con un sentimiento distinto. Cada letra que fluye a través de mis dedos, proviene de mis pensamientos llenos de orgullo y felicidad absoluta. Mi alegría es ella, mi hermana.

Hace un mes aproximadamente que mi pequeña con sus 2 años y medio ingresó en la guardería, aunque estoy lejos la mayor parte del tiempo y que no llego a compartir ni 7 días al mes con ella, me afecto bastante el ver como empezaba esta nueva y como de bien le estaba yendo. Estaba conmocionada. Es increíble ver lo rápido que crece, cuanto aprende en mi ausencia; y cuanto me muestra cuando estoy vuelta.

Cuando voy camino a casa, sé con certeza que mi día va a mejorar al llegar. Sé que la luz en sus ojos y la sonrisa que me da puede disminuir el peso de todo lo negativo que pudo haber ocurrido durante los días anteriores. Sé que la alegría que ella siente es casi tan grande como la mía. Y sé, que nos amamos más de lo que la otra pueda siquiera imaginar.

Me impresiona lo rápido que crece y me entristece el no estar siempre presente. Pero me hace feliz saber de sus logros, de sus pequeñas batallas ganadas y el compartir con ella tanto como puedo.

Sus victorias son mis victorias y las mías son las suyas.

Su risa, sus bromas, su inocencia, su inteligencia, toda ella. Ella es el remedio perfecto para cuando me siento mal, es la medicina perfecta para cualquier dolor. Ella es un factor motivacional que día a día me lleva a ser mejor, el ser un buen ejemplo para ella me da parte de la energía y valor que necesito para seguir adelante.

Antes de ella, llegué a pensar que la atención familiar, el cariño y todo lo material que recibía era suficiente; pero entonces llegó ella. Inesperadamente llegó y lo cambio todo.

Al principio fue duro pero los bebés tienen ese algo especial que te induce a amarlos. Como en el capítulo de Los Padres Mágicos donde hay unas criaturas tan hermosas y tiernas que todos los aman. Bueno así son los bebés, igualitos diría yo.

Me costo aceptarla en mi vida, más de lo que la gente que no me conocía en ese momento se imagina e incluso no todos los que me conocían lo saben o lo vieron. La rechacé mientras estaba en el vientre de mi mamá y me negué a verla cada mes. Al nacer me negué a cargarla, no me importaron las quejas, los regaños o las charlas que me daban. No la quería y punto. Pero luego me quedaba a solas con ella y la veía, la empecé a ver sonreír, a ver sus ojos llenos de tanta luz, como crecía, como comenzó a sentarse y poco a poco se ganó mi corazón. Y más que eso, se ganó mi alma.

Cada quien afronta las situaciones a su manera, quizá la mía no fue la correcta pero supe sobrellevar todo al final. Entendí que su presencia es para toda la vida, que iba a tener que compartir absolutamente todo con ella. Iba a introducirse a mi vida y a cambiarla, la dejé hacerlo. Porque pare de verla como una intrusa o como algo negativo, cosa que creí por un lapso largo de tiempo. Consciente o inconscientemente, tomé una buena decisión.

Hay veces donde suelo preguntarme que sería de nuestra familia sin ella y siempre me respondo que no seríamos los mismos, no seríamos tan felices como lo somos. Pero justo ahora me pregunto que sería de mi específicamente sin ella y no lo sé. Aunque pienso que sería muy diferente y que probable no sería ni la mitad de lo feliz que soy hoy, ni tendría tanta motivación de estudiar, de seguir adelante y de ser alguien porque no la tendría a ella. Tampoco tendría a quien joder, hacer reír, enseñarle cosas o para yo aprender de ella.

Mi vida sin mi hermana estaría libre de peleas típicas de hermanos, de 'te quiero' silenciosos, de abrazos con gran emoción y sentimiento, estaría libre de risas sin sentido. Libre de 'po favo', 'salud', 'a hambre', 'a beso', 'aja', 'a bello', 'a sueño', 'te amo', 'fea tu', 'ayasa tu', 'e extraño', 'a dibuo', la pronunciación más tierna de mi nombre, 'echi'. Sería una vida que estaría libre de muchas palabras, acciones, momentos y recuerdos. Una vida que no quisiera experimentar jamás.

Amo su existencia. Amo que su existencia haya coincidido con la mía.
Amo ser su hermana, que sea mi hermana.
Amo tenerla en mi vida.
Amo cada rasgo de ella, la amo por completo y estoy absolutamente agradecida por su presencia.

Espero que ambas y nuestra familia tengamos muchos años más de vida para disfrutarnos que jode.

Que siga creciendo, siendo feliz, aprendiendo y desarrollándose.
Yo voy a estar ahí para ella en cada etapa de su vida.
Para apoyarla cuando solo necesite que esté ahí.
Para ayudarla cuando así lo desee.
Y voy a amarla, en esta vida...
Y en todas las demás.