Desde que te deje ir no me permito
extrañarte.
Con el tiempo me di cuenta que
aunque lo intentara, ya era imposible.
No sé si es porque te he
olvidado o porque solo te quería para que me escucharas y como dejaste de
hacerlo, acabe por no necesitarte.
Pero hoy, te echo de menos. Y
no solo echo de menos que me escuches sino todo de ti.
Hoy, que no sé a quién recurrir
a pesar de que me rodean personas de confianza, aunque no estés aquí, hoy solo te
quiero a ti.
Para desahogarme contigo.
Para ahogar mis penas contigo.
Que me leas o escuches.
Que estés ahí para mí.
Que me abraces y permanezcamos
en silencio.
Que me quieras de nuevo, como
antes. Al menos por ese corto período de tiempo en el que necesito.
Y que al final, cuando termine
de contarte todo, cuando el abrazo acabe, me dirijas un par de palabras o una
mirada para demostrarme cuanto me has extrañado porque en ese momento, deseo
que me lo digas para poder decirte que sí, que yo igual, yo también estuve
extrañándote.
Hoy, cuando la nostalgia me
consume, siento que solo eres tú, el ser capaz de lidiar con la montaña rusa
emocional que se ha apoderado de mí.
Hoy, siento que solo tus
chistes pueden hacerme reír.
Tu risa puede devolverme la
paz.
Tu mirada puede transmitir la
tranquilidad que anhelo.
Conversar contigo puede hacerme
olvidar y así solo centrarme en ti, en tu voz.
Abrazarte puede transportarme a
otro mundo, me dejará perderme en ti.
Pero hoy, hoy solo me permito
extrañarte porque no vas a volver. Y no importa durante cuántos días te extraño o durante cuantos días no lo hago, solo se que no vas a volver. Y que todo lo que anhelo
revivir, permanecerá hasta el anochecer, hasta que caiga en los brazos de Morfeo
y no solo me permita extrañarte sino además, dejarte entrar en mis sueños e
imaginar que, por lo menos una última vez, estamos juntos de nuevo.