Nunca antes había acampado. Nunca había tenido un viaje de disfrute sin mi familia. Nunca había caminado una montaña. Nunca me había enamorado de un lugar. Y nunca había ido a Yapascua.
Pero increíblemente, todo eso ocurrió el fin de semana pasado cuando se me dio la oportunidad de ir a la Ensenada de Yapascua y además, pasar la noche en tan maravilloso lugar.
Voy a dividir la experiencia en dos posts pues escribo tanto como hablo y tengo mucho que decir respecto al viaje.
Le agradezco a mi amiga Mayra pues ella me invitó a ir con su familia y unos cuantos amigos. Desde el día 1 me dijo que teníamos que llevar ciertas cosas a como diera lugar:
-Al menos tres litros de agua;
-gorra;
-protector solar;
-repelente (para los mosquitos);
-sueter (también por los mosquitos);
-un bolso/morral de esos que se usan en ambos hombros, nada de carteras u otro tipo de bolsos;
-y comida que pudiese aguantar el viaje sin dañarse, como enlatados o pan.
Desde hace meses atrás que yo quería ir a Yapascua pues había visto fotos y se veía precioso el lugar, así que ni corta ni perezosa le avisé a mi mamá de la invitación que había recibido y le informé que por supuesto que iba a ir y a quedarme en carpa.
Ella reaccionó relativamente normal pero preocupada al fin porque no sabía dónde carajos iba a estar yo y asustada porque le dije también que allá no hay casi señal (más tarde comprobé que prácticamente no hay nada de señal pero aja).
A fin de cuentas que empezamos a investigar, bueno, yo lo hice y le contaba que había que caminar varios kilómetros por un cerro/colina/montaña y que seguro me iba a dar un ataque en el camino. Entre broma y broma, crecía mi emoción y mis nervios por el anhelado destino.
Llegó el sábado, el tan ansiado día y adivinen qué. Me quedé dormida. Puse tres alarmas como siempre que debo madrugar y aja, escuché la primera y desactivé las otras dos. Debía levantarme a las 5 para arreglarme, desayunar y terminar el bolso pero no, me desperté asustada a las 6am y al ver la hora me levanté del tiro. Me toco correr por el apartamento mientras cocinaba, arreglaba el bolso y me arreglaba yo. Solo a mí, amigos, solo a mí.
En media hora estuve lista, milagro del cielo porque no suelo ser tan rápida. Hasta el transporte público colaboró porque agarré la ruta que necesitaba enseguida. Llegué creyendo que era la última en llegar y terminé siendo la primera.
Es cómico porque yo siempre soy la esperada, nunca la que espera. Me dicen llega a la 1 y yo llego a las 2. Este día no fue así, jo.
Bueno, a eso de las 7 ya estábamos los 8 que partiríamos desde ese punto. En el terminal Big Low ubicado en Valencia, Estado Carabobo tomamos un autobús hacia Puerto Cabello.
Al momento del viaje (enero, 2018) el costo del pasaje era de 10.000 Bolívares, menos de 0,05 dólares (tomando en cuenta que en esa fecha la tasa estaba como a 240.000 bolívares).
Ya en el autobús, cómodos y felices, yo comienzo a desayunar pues antes de salir no me dio tiempo. Minutos después, cuando ya habíamos recorrido una cuarta parte del camino y ya había terminado mi comida, el autobús se accidentó. En medio de la nada. Así como así, vino y se accidentó. (Respira profundo acordándose de la rabia que le dio en ese momento)
Y no era algo que pudiesen arreglar en el momento así que nos tocó bajarnos del bus y esperar que algún otro de la misma ruta se dignara a pararse y llevarnos. Sucedió a los 10 minutos más o menos y sí, a todo el grupo le tocó irse de pie y con un montón de bolsos.
A las 9 y pico llegamos al terminal de Puerto Cabello donde debíamos tomar un bus hacia Patanemo. Casualmente tocamos con la suerte que había un bus cargando, pagamos nuestros pasajes (2.000 bolívares cada uno) y partimos hacia nuestra siguiente parada.
Debo acotar que esos autobuses no siempre entran a la playa de Patanemo sino que cruzan hacia el pueblo en una Y y los que van a la playa deben caminar. Nosotros tuvimos la suerte que entro y no debimos caminar ese trayecto.
Bueno, al llegar a la playa de Patanemo se camina hacia el lado derecho de la misma hasta cruzar hacia una hilera de piedras que se extiende unos cuantos metros. Cuando la orilla de la playa y las personas ya se tornan difusas, el camino de piedras llega a su fin y da paso a uno de tierra que conduce hasta la primera montaña.
Playa de Patanemo vista desde el lado derecho donde íbamos a comenzar nuestro camino.
En ese punto ya algunas estábamos quejándonos del dolor de pies que nos causaron las piedras y así. Mientras nuestro magnífico amigo y guía nos alentaba diciendo que ahora venía la mejor parte, cruzar ambas montañas.
La primera nos pareció difícil pues nunca habíamos subido una montaña y el sol nos mataba (empezamos a caminar a eso de las 11 am). Hicimos paradas para tomar la tan necesaria agua, para comer el hielo que algunos habían llevado y además, para echarnos protector solar y no sufrir una insolación.
Vista de la Bahía de Patanemo (más allá de la playa) desde la primera montaña que caminamos.
Sobrevivimos, entre risas y quejas. Llegamos al otro lado de la primera montaña y ahí hay una planicie que permite recuperar el aire si se está demasiado cansado de antes. Ahora lo más duro, sin ánimos de asustar pues de verdad que para una persona sedentaria la segunda montaña es ruda.
Lo que se debe a que el camino es más empinado, al subir se debe hacer más esfuerzo, y para bajar el cuidado debe ser extremo porque las piedras pequeñas tienden a resbalar. Agarrarse de las plantas o árboles que rodean el camino no siempre es una buena opción porque una gran parte de ellos tiene espinas. Así que al caminar toca estar atento y ser muy cuidadoso.
De nuevo, entre risas, quejas y piedras resbaladizas, sobrevivimos (llegamos a la 1pm). Y adivinen qué, vale la pena.
Llegar, soltar los bolsos, caminar hasta la orilla y ver el paisaje, no tiene precio. Es una experiencia maravillosa que minimiza totalmente lo agotador que fue el camino para un ser sedentario como mi persona.
Todos admiramos el paisaje unos minutos más y luego proseguimos a armar las carpas (no es tan difícil como pensé que sería, pueden contratarme para armar sus carpas si quieren) y luego de acomodar todo lo que llevábamos en ellas, almorzamos.
Después de reposar, nos cambiamos y disfrutamos de la playa. El agua a veces estaba fría y otras veces un poco tibia o nosotros nos adaptamos con rapidez, quién sabe. Pero la playa es una divinura. Es baja al menos que uno camine otro poco más. Así mismo, hay lados con vegetación en el fondo, otros con piedras y unos sin nada en lo absoluto.
El lugar es tranquilo, transmite una paz inigualable que te hace querer quedarte ahí observando todo sin hacer nada más.
A eso de las 5, uno de los chicos del grupo me animo a subirnos a una colina para observar la Ensenada desde arriba y así tener mejores fotos. Con miedo pero con ganas de explorar, acepté y subí descalza con él.
No. Suban. Descalzos. Duele mucho y quizá se corten como yo. Pónganse sus zapatos mejor, en serio.
Valió la pena el riesgo y la cortada que descubrí después. La vista era magnífica, mejor que abajo incluso.
Podía ver las montañas, la Ensenada, el mar abierto, cómo las olas chocaban al otro lado de la Ensenada y así. Sin duda, un lugar maravilloso.
Permanecimos ahí por casi una hora, hasta que el hambre hizo mella en nosotros y decidimos bajar. La noche y el día siguiente también fueron increíbles pero eso ya quedará para después.
Nos leemos en una segunda parte de este maravilloso viaje, donde caminando encontré el amor. Un amor que no es una persona sino un lugar, Yapascua.
Gracias por leerme, espero que hayan disfrutado de mi experiencia y de las fotografías que quise compartir con ustedes. Aunque esto es sólo una pequeña parte pues tengo más de 300 de todo el viaje (admito que me volví un poco loca tomando fotos a diestra y siniestra) y las del domingo quedaron excelentes así que esperen por ellas.
saludos genesis ,primero que nada felicitaciones por tu blog , quisiera comunicarme con usted para algunas preguntas del viaje a yapascua , mi correo h3rm3sr@gmail.com agradeceria su respuesta
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