Juzgamos, sin motivo, sin razón. Juzgamos, generalizamos. Adoptamos la filosofía de por uno pagan todos y a todos los metemos en un mismo saco.
Pero no, no nos basta con eso. Pues juzgamos y también inculcamos odio. Destruimos -queriendo o sin querer- la pureza de las nuevas generaciones. Nos cegamos. Por el odio, el rencor, la pérdida.
Sin saber que con nuestras acciones llenas de rencor, pudiéramos estar ensuciando la memoria de nuestros seres queridos y perdidos.
Odiamos, buscamos venganza. Inconsciente o conscientemente. Pero eso no lleva a nada bueno. Solo nos acerca a ser como esos seres que tanto daño nos han causado.
¿Saben que es lo peor? Que todos nacemos buenos. Todos somos buenos. Hasta que permitimos que alguien siembre la maldad y la dejamos crecer.
Es por eso que la mejor lección para el mal es no dejarse llevar por él jamás.
Aún estamos a tiempo de ser mejores.
A tiempo para erradicar el odio.
A tiempo para sembrar el amor, la solidaridad, la tolerancia y el respeto en todos y cada uno de nosotros.
A tiempo para demostrar bondad, para aprender a perdonar.
A tiempo para cambiar.
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