Primer día en el psiquiátrico


Hace unos días, específicamente el día miércoles, asistí por primera vez a un psiquiátrico, esto debido a que comencé a cursar la materia de Práctica II. Pensaba escribir sobre mi experiencia el mismo día que ocurrió, pero consideré que debía darme un par de días para aclarar mi mente y escribir con mayor claridad lo que sentí y viví durante mi permanencia en ese lugar. 

Es extraño describir como me sentí, porque fue una mezcla de sentimientos. Desde tristeza y nostalgia hasta algo de frustración e incluso, comodidad.

Antes del acontecimiento, no estaba ansiosa. O no lo dejaba ver. Realmente guarde en el fondo de mi mente y mis pensamientos el hecho que estaba por ir al psiquiátrico en cuanto comenzará el semestre. No quería mortificarme por eso, así que ocupe mi mente en otras cosas. Sin embargo, cuando me daba la oportunidad de pensar en ello, me recordaba que lo que iba a ver probablemente me impactaría –cosa que sucedió, pero de eso hablaremos después–, nunca había visto algo así y tenía que ser fuerte. Además, pensaba en que tenía que dar lo mejor de mí, porque todos mis pacientes lo merecen. Estaba ansiosa, me daba terror no ser lo suficientemente buena y fallar porque eso traería repercusiones.

Falté el primer día, y algunas compañeras me dieron a conocer pequeños detalles de lo que fue ir al psiquiátrico. Me asusté un poco, porque había hechos que eran más fuertes de lo que esperaba. Así que volví a encerrar en el fondo de mi mente que yo estaba por vivir esa experiencia y así no me estresaba pensando en eso. Una semana después. Llegó el día, la hora de la verdad.

Antes de siquiera ver el establecimiento, sabía que no iba a ser el lugar más aseado, ni que estaría en las mejores condiciones porque siendo honestos, el país es un desastre y los lugares de asistencia médica no reciben los recursos que necesitan, casi que están abandonados a su suerte, y eso incluye los psiquiátricos. 

A pesar de esto, la primera impresión estuvo bien, por fuera el lugar lucía normal. Un poco de tiempo después, pude sentir a mi corazón acelerarse cuando comenzamos a entrar al pabellón de hombres; el primero que íbamos a visitar ese día –además de ser el primero del recinto–. En ese momento me di cuenta de lo que estaba pasando, luego de cinco semestres estaba en el psiquiátrico por primera vez, iba a tener contacto real con las personas ahí internadas, era totalmente real.

Ya en el pabellón de hombres, muchos de ellos se acercaron a la entrada y comenzaron a saludar, tomaban nuestras manos y le daban un buen apretón como cuando estás realmente gustoso de conocer a alguien. Otros nos miraban desde distintos puntos del lugar y unos cuantos alzaban su mano en forma de saludo. ¡Qué grato fue ser recibida con tanto entusiasmo! Eso sin duda aligero un poco la presión y nervios que sentí al entrar.

Atravesamos el pabellón masculino mientras mi mirada se dirigía a todas partes, no podía mantener los ojos quietos, quería detallar todo lo que pudiera. Grabar en mi mente cada segundo de esa experiencia. Y así lo hice –o eso creo, porque me caracterizo por tener una memoria parecida a la de Dory, sí, la de Buscando a Nemo–.

Al entrar en el siguiente pabellón, el de mujeres, el grupo y yo tuvimos una experiencia muy similar a la anterior. Fuimos recibidos con alegría, aunque con un poco más de parloteo. Uno se perdía entre tantos abrazos, saludos y peticiones, nos preguntaban o pedían cigarros, comida y demás. Confieso me habían advertido sobre los abrazos y que estaba reacia a ellos pero una vez que llegó el primero, no pude evitar la acción de devolverlo y hacer lo mismo con todos los demás. 

Me quedé en ese pabellón hasta que termino la visita. Conversé con muchas de las que se encontraban internadas ahí, conocimos un poco más de ellas, de su rutina, sus gustos. Estar ahí, alejado del mundo e interactuando con ellas que a pesar de todo, tienen tanto para dar, fue enriquecedor. Reímos más de lo que esperaba, me sentí muy cómoda entre los pacientes y mis compañeros. 

Estar con ellas me hizo querer sacar a flote esa parte solidaria y altruista que todos tenemos. Y además, dar lo mejor de mí a quien escogeré como mi paciente. 

Aunque muchos ya tienen escogido su paciente, mi pareja y yo –porque la profesora nos casó a todas las parejas– aún no hemos decidido con quien trabajaremos. Debo decir que esto en parte es por mi causa y explico por qué. Primero, para ella era la segunda vez en el lugar y para mí apenas la primera, así que yo quería tener la experiencia para luego poder pensar en eso. 

Segundo, yo tenía –y sigo teniendo– una pequeña fantasía. Consideraba, y de verdad esperaba sentir una pequeña conexión con algunas de las personas ahí, que yo supiera, con tan solo verle o hablarle que esa era la persona con la que yo quería trabajar. Y no ocurrió eso que tanto deseaba, no lo sentí con nadie y eso me decepcionó ligeramente.

Por último, mi amiga me comentó que una de las internas que a ella más le convence no estaba presente y vuelve a principios de la próxima semana porque se encuentra de permiso. Así que veremos si ella me convence, si siento ese vínculo que espero, y se convierte en nuestro paciente.

Es luego de un par de horas que el recorrido llegó a su fin. Al salir de ahí no pude hacer más que librarme de la bata que me provocó tanto calor y respirar profundo, percatándome así que, efectivamente, me sentía bien a pesar de todo. Había sido un buen día, una primera experiencia muy gratificante y motivadora. 

Además de todo lo vivido, descubrí un par de cosas ese día, un poco más tarde. Uno, que estoy dispuesta a hacer lo que este a mil alcance por mi paciente, por quienes viven ahí en el psiquiátrico –y por todos mis futuros pacientes–. Porque esa nostalgia y frustración que sentí al ver las necesidades que presentan me lleno de voluntad para ayudar a cambiar eso. 

También descubrí que estoy donde quiero estar. Porque aunque sea difícil y a veces tenga alguna crisis o miedo, sé que graduarme y ejercer esta carrera tan increíble es lo que quiero hacer. 

Y es que esas personas son… no sé cómo describirlas. No viven en las mejores condiciones, padecen de alguna patología y aun así, reciben a los estudiantes con un ánimo envidiable, nos tratan bien, ríen con nosotros. Y sí, seguro tienen sus días malos, como todos, e incluso peor. Pero cuando están en sus días buenos, son únicos. 

Ansío regresar para trabajar con mi paciente –a quien pienso escoger pronto– y para seguir creando recuerdos con todas esas personitas. Espero que cada miércoles de este semestre sea provechoso.

De verdad, espero que cada semana mis idas al psiquiátrico sirvan para llenarme de conocimientos y amor hacia la profesión.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario