Mi conflicto adolescente


NOTA: El texto a continuación es la versión larga de una tarea que me fue asignada en la universidad el semestre pasado. Para entregarlo, tuve que acortarlo debido a falta de espacio, porque solo tenía una hoja para copiar, lo que resultó bastante complicado pero no imposible. Y como me quede con las ganas de que alguien lo leyera completo, aquí está.


Mi conflicto adolescente
Por Génesis Ojeda.

A la edad de 3 años, quedé huérfana de padre, él murió en un accidente automovilístico y desde ese momento solo fuimos mamá y yo en casa. Los familiares más cercanos siempre han sido mi abuela y mi tía, a través de los años se nos unieron tres nuevos integrantes que nombraré en su debido momento pero como ven, la figura femenina ha sido la más recurrente en mis primeros años de vida. 

Desde muy pequeña he sido bastante sentimental y es algo que a mi madre le gusta recordar con gracia, siempre termina riendo porque hay cientos de anécdotas relacionadas con mis lloraderas. Estoy muy consciente de lo emocional que puede llegar a ser, aunque con el paso de los años las lágrimas han menguado. Desde que comencé la universidad intente buscarle una explicación a mi extrema sensibilidad y he llegado a formular varias hipótesis. Antes de exponerlas, quisiera dar algunos ejemplos de lo sensible que he sido a lo largo de mi niñez y adolescencia. Una vez, cuando era una infante entre los 4 y 6 años de edad, mi madre estaba usando la manguera y yo estaba vistiendo mi conjunto favorito, mi progenitora decidió mojarme y yo acabé llorando a mares... ¡era mi conjunto favorito, y estaba mojado! Otro recuerdo, un poco más triste seguramente y en relación a la muerte de mi papá, lloré por él cada noche desde que comprendí que no volvería y por qué no lo haría, podía solo llorar por pensar en ello o despertar sollozando después de haber tenido una pesadilla. Así transcurrieron los años, incluso cuando mi mamá conoció a su pareja actual, quien convive con nosotras desde hace aproximadamente casi 10 años.

En la adolescencia, todo fue empeorando. No solo lloraba por la ausencia de mi padre o su recuerdo. Lloraba por cualquier comentario que alguien me hiciera, podrían decirme algo sobre mi cabello o mi ropa y quizás en el momento no lo demostrará, pero en la noche iría a contárselo a mi mamá y acabaría por lloriquear. Lloraba viendo una película o mientras leía un libro y aunque eso parezca normal, lloraba incluso cuando se lo contaba a alguien más. Si mi mamá me decía algo, podría comenzar a hablar entre sollozos. Solía (y esto si suelo hacerlo aún) contar todo lo que me sucedía con lujo de detalles e incluso dramatizar el cómo había ocurrido el acontecimiento para que así mi mamá o a quién le estuviera contando, entendería perfectamente. Se podría decir que si, era (y quizás aún soy) una total reina del drama. De adolescente opté por no ir a la habitación de mi progenitora, pero ella venía a mí, podíamos pasar horas y horas hablando sobre que me pasaba y ella me aconsejaría o solo me abrazaría, estando ahí para mí; apoyándome, como solo las madres pueden. El desarrollarme desde temprana edad me hizo aún más emocional, y los días del mes donde la menstruación se hacía presente, mis motivos para llorar se multiplicaban. Durante el bachillerato, anhele más que antes la presencia de una figura paterna en mi vida, mi padrastro nunca ha logrado ocupar ese lugar, lloraba en silencio hasta quedarme dormida y al día siguiente, mi mamá con solo ver mis ojos hinchados sabría lo que había hecho la noche anterior. Llegó quinto año de bachillerato y con él, muchas cosas cambiaron.

Mi mamá inesperadamente quedó embarazada. Más que inesperado fue sorprendente e impactante. Ese suceso cambio mi vida. Durante todo el embarazo me rehusé a quererla, en mi mente tenía diversos motivos para ello, cada mes me negué a ver las ecografías, solo era capaz de preguntar si estaba bien o no, no recuerdo siquiera el haber tocado el vientre de mi mamá, me excluí de mi propio núcleo familiar y me cerré emocionalmente de tal manera que la mayoría de los días me impedía llorar aunque eso era lo que más anhelaba hacer, necesitaba desahogarme pero no debía, o eso me hacía creer. No estaba feliz pero tampoco estaba molesta, triste o celosa, simplemente no tenía idea de que sentía, quizás eran un cúmulo de emociones que hasta el día de hoy se me hace difícil deducir y comprender. Con la llegada de mi hermana, cambié. Empecé a creer muy dentro de mí que definitivamente los bebés si son ángeles y que con su mera presencia pueden hacerte feliz, así sea solo un poco. Hoy por hoy, reconozco que mi hermana es uno de los regalos más bonitos que me dio la vida, tengo 18 años y ella solo 2 pero es el ser más fastidioso y lindo que he tenido el placer de conocer, nada mejor que estar ahí para verla crecer y desarrollarse como ser humano.

Diversos factores como la estabilidad emocional de mi familia, la universidad, el estar en otra ciudad residenciada y tener que afrontar la vida por mí misma me ha hecho crecer mental y psicológicamente de tal manera que he superado mi conflicto de llorar por todo y en todo momento. No digo que lo he dejado por completo, pero ya no es algo que suceda a diario o cada semana, ya no es una constante en mi vida. Pero, como mencioné antes tengo hipótesis y todas están relacionadas con mi pasado y algunas de las experiencias contadas. Puede que parte de mi sensibilidad emocional se deba a un componente genético heredado de mi madre, aunque yo desarrollé este rasgo más que yo o del poeta secreto que era mi papá. Puede que el haber estado siempre con mujeres y no tener una figura masculina estable alrededor también afectará mi percepción. Otro motivo puede ser el haber sido siempre la única niña, hasta la llegada de mi prima; quién tiene ahora 6 años o de mi hermana de 2 años de edad, antes era la más consentida, ahora comparto esa atención pero sigue presente. Por último, la constante protección de parte de mi familia puede ser otro factor determinante en mi comportamiento emotivo.

Mi conflicto adolescente es realmente un problema que estaba desde mucho antes y que se asentó en mi vida durante un largo período de tiempo pero que ahora no está tan presente como solía estarlo.